miércoles, 16 de abril de 2014

Informe de Coyuntura. Antton Pérez de Calleja

COYUNTURA ECONÓMICA
Primer trimestre 2014
·         El hecho de que Europa haya prolongado en dos años el calendario de reducción del  déficit ha tenido efectos inmediatos sobre el gasto público que ha vuelto a relanzarse en la segunda mitad de 2013 y es el principal responsable de que la economía española haya salido de la recesión (que no de la crisis, como todo el mundo repite como un mantra). Es la más grave  equivocación cometida por el BCE y el FMI en la gestión de la crisis española (porque la crisis española la ha gestionado el BCE y el FMI), y revela un profundo desconocimiento de la mentalidad de los políticos españoles, que han intentado, con gran éxito, minimizar el impacto de la crisis sobre el sector público, cosa que han logrado con un brutal aumento de la Deuda, varias subidas de impuestos,  y la tolerancia de la sociedad española con dos Gobiernos cuyas políticas de gasto, además de hundir al país en una espiral de deuda, no han servido para salir de la crisis.

·         Es evidente que se trata de una tregua temporal dentro de una crisis de largo aliento, dado que ninguno de los problemas esenciales ha sido resuelto. El crédito sigue sin fluir; la morosidad ha llegado al 14%; la reducción del endeudamiento privado apenas se ha iniciado; muchas empresas sobreviven de milagro; la poda de la Administración no se hará, y una Deuda pública de más del 100% del PIB se va a convertir en una pesadilla permanente. La economía ha retrocedido a los niveles de 2005, y el empleo a los de 2003, mientras salarios y gasto público han seguido creciendo como si no pasara nada en una evolución contradictoria que antes se solventaba devaluando y ahora se paga no creciendo. Siguiendo el ejemplo japonés, vamos a pasar de la crisis al  estancamiento.

·         La situación vasca es similar a la de la economía española. La teoría de que viviríamos una crisis diferencial, o ninguna crisis, que alimentó en su día el Gobierno Vasco, no ha resistido la prueba del tiempo. Sólo la caída del índice de producción industrial, un 27%, similar a la de los peores años de la reconversión industrial, nos habla de una crisis con  consecuencias en parte irreversibles, mientras la negativa de los agentes sociales (Gobierno, Sindicatos) a entender de ella, sumidos en la inercia histórica del convenio de “todos los años más” (los salarios sólo han empezado a bajar a partir de 2013) condiciona una salida de la crisis de escasa entidad. Nuestra economía cada vez se parece más a la española.


1.        Parece que, finalmente, la recuperación ha llegado aunque lo haya hecho por las razones equivocadas. Todos esperábamos una mejora gradual, alimentada por una recuperación europea que animaría nuestras exportaciones, induciría a las empresas a invertir moderadamente (no lo han hecho en mucho tiempo), y frenaría la destrucción de empleo. No ha ocurrido nada de eso. Las exportaciones han experimentado un frenazo considerable en la segunda mitad de 2013, a tono con una salida de la crisis europea tan débil que más parece una deflación. La crisis de las economías emergentes no ayuda como tampoco lo hace la crisis crediticia, con los bancos eludiendo cualquier tipo de riesgo como si no hubieran nacido para tomar dinero y prestarlo.

Lo que ha ocurrido es una especie de operación de relaciones públicas. El Estado ha vuelto a gastar, a crear empleo público y se ha olvidado de reducir el déficit gracias a uno de los peores errores que Europa y el FMI han podido cometer en la gestión de la crisis española: conceder dos años más de mora para cumplir los objetivos de déficit, objetivos incumplidos sistemáticamente hasta ahora. Una mora que el Gobierno español ha recibido como agua de mayo y que, como se podía esperar, ha aprovechado para relajar la presión, muy moderada, que ejercía sobre las distintas administraciones a las que ha vuelto a proporcionar el dinero necesario para pagar facturas atrasadas o contratar más personal. Europa le ha dado al Gobierno la posibilidad de gastar 50.000 millones más de lo previsto. Ya lo ha empezado a hacer.

Dado que todo el asunto pone de manifiesto una evidente incapacidad para controlar el gasto público, el ministerio de Hacienda ha manipulado las cifras del déficit de 2013 con una pirueta contable por la que en el último trimestre se habría producido un enorme recorte del gasto, algo extraordinariamente inusual y poco creíble, sobre todo teniendo en cuenta que el personal de la Administración ha aumentado en 35.000 personas. El déficit oficial ha quedado en el 7,2% cuando lo lógico, a tenor de las cifras de anteriores trimestres, es que hubiera estado por encima del 8%. La historia nos retrotrae al 2010, cuando la responsable de entonces, Elena Salgado, aseguró, en el mes de diciembre, que los objetivos de déficit se habían cumplido. Posteriormente, se supo que la desviación había sido monumental. Lo mismo ocurrió cuando a Idoia Zenarruzabeitia se le ocurrió asegurar que no estaríamos ni un solo trimestre en recesión, y luego obligó al Eustat a manipular las cifras que aseguraban lo contrario (en realidad, desde el inicio de la crisis hemos estado quince trimestres en recesión). Los políticos, sean del partido que sean, no son de fiar.
Otro dato sorprendente ha sido una recuperación parcial del consumo  debido a la insistente proclamación por parte del Gobierno de que, gracias a sus incansables desvelos, lo peor ha pasado y podemos mirar el futuro con el mismo optimismo con que lo contempla Rajoy. Un gasto que ha coincidido con las Navidades, con los incentivos para la compra de turismos, y con las rebajas concedidas por un comercio que padece tiempos agónicos y que sobrevive, los que sobreviven, de milagro. Si El Corte Inglés pasa por enormes dificultades, imaginémonos cómo debe estar el resto.

Así que ha sido fundamentalmente el gasto público lo que nos ha sacado de la recesión proporcionando un primer dato positivo del PIB en el tercer trimestre (+0,1%) y otro más positivo aún en el cuarto (+0,2%). No es para echar las campanas al vuelo, tal como hace el Gobierno, pero evidentemente es mejor que seguir en recesión. De todas maneras, si todo el mundo considera que la recuperación europea, cuyos problemas macroeconómicos son infinitamente menores que los nuestros, está siendo frágil y débil, nos podemos hacer una idea de cómo va a ser la nuestra. Por otra parte, un país endeudado hasta las cejas como el nuestro no puede superar sus problemas gastando adicionalmente. Si además tiene un sistema financiero hecho trizas y una deuda pública monumental, salir de la recesión por la vía de la demanda interna es completamente irracional. Aunque no cabe imaginar una solución más castiza y racial: vivamos el presente que del futuro alguien se encargará.

2. La naturaleza de esta recuperación señala por sí misma los límites de la misma: España no tiene la menor posibilidad de mantener este proceso por sus propios medios, lo que quiere decir que se trata de una recuperación que, en ausencia de otras variables, ni es sostenible ni duradera. Recordemos que ya hubo una recuperación en 2010; sólo duró un año. A menos que cambie el panorama internacional, y se modifiquen los fundamentos del proceso, esta recuperación tiene sus días contados.

Ante todo y sobre todo porque la reducción del déficit no admite más cuentos ni más demoras. Contrariamente a lo que piensa la mayoría de los ciudadanos, convencidos de que han asistido a un recorte brutal del gasto público, tales recortes han sido episódicos, arbitrarios, y apenas han afectado a la condición esencial de un sector público sobredimensionado. Además, las subidas de impuestos no han tenido el efecto esperado por parte del Gobierno y han demostrado que la capacidad recaudatoria, en un país en el que los impuestos recaen sobre una parte muy vulnerable, y muy limitada, de la población, es escasa.
No digamos si, como asegura un Gobierno, que parece engolfado en una carrera electoral desde ya, intenta bajar los impuestos (probablemente poco antes de alguna elección decisiva en Almería o Cuenca). Si bajar el déficit del 10% al 8% (el dato más probable de 2013 que el Gobierno ha manipulado) ha costado un mundo, ahora falta lo más difícil. Reducirlo del 8% del PIB (2013) al 4% (2015) en solo dos años es incompatible con la voluntad del Gobierno de no reformar el sector público. De hecho, la UE estima un déficit para 2015 no inferior al 6,5%. Este Gobierno ni se ha concienciado de la necesidad de asumir un cambio de cultura, faltaría más, ni ha entendido las consecuencias de tener el mismo PIB que en 2005 pero con un gasto público que ha crecido entretanto en 145.000 millones (y 400.000 empleados públicos más) porque así lo demanda una administración que no conoce límites.

Si el Presupuesto va a suponer un freno al crecimiento económico (si es que el Gobierno se  toma en serio el compromiso adquirido con Europa y el FMI, cosa que dudamos), el comportamiento del sistema financiero no va a suponer una ayuda. En el desvelamiento gradual de una crisis financiera de enorme magnitud, los últimos datos no alimentan el optimismo. La morosidad está en el 14% y sigue creciendo.  Los créditos morosos o decididamente irrecuperables han llegado a los 197.000 millones, una cifra monstruosa si no fuera porque estimaciones indirectas hacen pensar que la morosidad real es aún mayor, lo que quiere decir que, salvo excepciones, el sistema está en la UCI con respiración asistida. La solvencia del sistema financiero español, medido por el ratio de capital, es el más bajo de la UE con la excepción de Letonia. No es de extrañar que las tres cuartas partes de las empresas obtengan una financiación insuficiente o ninguna.

La Banca ha iniciado, con enorme retraso y lentitud, el proceso de desapalancarse mientras la crisis deteriora la calidad de sus activos. Como la Banca apenas presta, el negocio estrictamente bancario contribuye muy poco o nada a alimentar la cuenta de resultados de la que supuestamente viven. En realidad, la banca española vive de resultados atípicos, de los beneficios de las filiales del extranjero,  de coger dinero del BCE e invertirlo en el Tesoro (la banca española tiene más de 200.000 millones de deuda pública), y de los estrambóticos gastos por comisiones (los segundos más altos de Europa). A pesar de ello, sólo hay dos entidades que ganen más de un 1% sobre activos. Está claro que del sistema financiero solo podemos esperar problemas y no soluciones. El cierre de oficinas y el despido de personal proseguirán a ritmo acelerado.

Nos enfrentamos a una situación contradictoria. Con los problemas antes citados sin resolver, esta recuperación no tiene recorrido.  A pesar de ello, la economía española podría crecer un 1% en 2014 si la labor propagandística del Gobierno continúa magnificando la salida de la recesión y contribuyendo a que esa parte de la sociedad a la que la crisis apenas ha rozado, no menos de la mitad, crea que hemos dejado las dificultades atrás y vuelva a los estándares de gasto anteriores a la crisis. No olvidemos que el consumo representa un 80% del PIB. Pero en términos macroeconómicos, la cosa no tiene sentido. Un país endeudado lo que tiene que hacer es ahorrar, y el Estado reducir su déficit, o nos vamos a  encontrar antes que tarde frente a problemas insolubles. Pero, como decíamos antes, no debemos infravalorar la capacidad de este país para vivir el presente y desentenderse del futuro. A imagen y semejanza de quien mejor lo representa: el Presidente del Gobierno.

3. Si no fuera una estafa intelectual, la narración que hace ese Presidente del desenlace de la crisis sería enternecedora. En abierto desafío con los hechos e indiferente a lo que piense el mundo, Rajoy acaba de asegurar que los españoles nos hemos rescatado a nosotros mismos, es decir, nos hemos salvado solos. A despecho del rescate bancario (40.000 millones de nada impuestos por Europa), al margen de los préstamos concedidos a la banca española, que sobrepasaron los 390.000 millones de euros, y con absoluto desdén por la gestión del propio BCE en defensa del euro, que ha servido para reducir la prima de riesgo española e italiana en más de 400 puntos básicos, disolviendo de paso todo un panorama de incertidumbres y zozobras que nos pusieron al borde de una crisis irreversible. A Rajoy todo eso le da igual y se ha inventado un relato de cómo nos ha salvado de lo peor. Precisamente por hacer aquello que Europa le impuso a partir de la primavera de 2012 y que él, naturalmente, trató de eludir a toda costa: recortar el gasto y reformar.

Es significativa una anécdota que retrata al personaje: con la prima de riesgo en 650 puntos básicos, y el sistema financiero contra las cuerdas, las autoridades comunitarias tuvieron que agarrarle del cuello para imponerle el rescate bancario (con todo el mundo diciéndole que aceptara 100.000 millones en lugar de 40.000 millones) porque el registrador de la propiedad  de Pontevedra se quería ir a ver un partido de futbol de la selección española.  Como para quedarse atónitos. Sería interesante saber qué opinan de verdad off the record las autoridades comunitarias de Rajoy en particular y de España en general. No cabe duda que el Gobierno español ha jugado a fondo con la idea de que si España caía, la crisis del euro alcanzaría niveles apocalípticos, lo que ha facilitado la contribución de Alemania y Francia a la solución del problema, cosa que en España, como acabamos de ver, ni se les reconoce ni se les agradece.
Pero es que Rajoy no sólo fabula sobre el salvamento del país sino que miente sobre el papel que el propio Gobierno ha jugado en el mismo. Hay que recordar que, al margen de la UE, solo el sector público estaba en condiciones de enfrentarse a la crisis y revertir la situación. No lo podían hacer los ciudadanos y las empresas, endeudados hasta las cejas, ni la Banca, cuya solvencia había sido destruida por su irresponsable apuesta por el inmobiliario. ¿Quién quedaba?. Naturalmente, quedaba el Estado que, al menos en teoría, debería haber acumulado un enorme volumen de reservas durante los años del boom, cuando la recaudación crecía a ritmos espectaculares, y además tenía una responsabilidad insoslayable por haber permitido que la economía se le fuera de las manos.

El Estado no solo ha evadido esa responsabilidad sino que ha decido salvarse a costa de la propia sociedad a la que supuestamente debería haber ayudado.  A pesar de que una de las razones que justifica la existencia de un Estado de tales dimensiones es el papel crucial que puede jugar en una crisis como esta. Pero para ello había que generar un margen de maniobra, (que en 2007 no existía a pesar de  las recaudaciones del pasado), contrayendo el gasto público corriente y aumentando la tasa de ahorro. Ha hecho exactamente lo contrario: el gasto público ha alcanzado casi la mitad del PIB, 48%, diez puntos más que antes de la crisis, lo que es absolutamente incongruente, y el ahorro público es negativo, -5%.

Este comportamiento ha puesto de manifiesto cuáles son las verdaderas prioridades del Gobierno: mantener intacta una estructura pública tercermundista y corrupta, incapaz de enfrentarse a una crisis como esta. El gran error de la democracia ha sido poner el destino del país en manos de funcionarios, una clase social que actúa como si los recursos del país fueran ilimitados. Y lo malo es que los hechos les han dado la razón porque, a pesar de la crisis, el Estado ha dispuesto de todos los recursos que le han hecho falta, a costa naturalmente de hundir al resto del país. Los políticos-funcionarios españoles han confirmado la verdad de ese principio liberal que afirma que el Estado no es la solución; el Estado es el problema. Y lo va a ser durante muchos años. De hecho, su tamaño es incompatible con una verdadera recuperación económica a medio y largo plazo. Dicho de otra manera, la economía española no puede crecer a un ritmo sostenido si el Estado insiste en comportarse como lo ha hecho hasta ahora.

4. Conviene recordar algo fundamental: salir de la recesión está bien pero la cuestión esencial reside en el previsible ritmo de crecimiento que podemos alcanzar en próximos años. En este sentido, el diagnóstico de nuestro potencial de crecimiento es el mismo desde hace tiempo: no somos capaces de crecer más allá de un 1% de media, lo que puede servir para crear muy poco empleo o ninguno. La crisis, o más exactamente la gestión de la crisis, ha destruido casi todos los supuestos que permitían crecer moderadamente.

La Deuda Pública alcanzará records históricos y sobrepasará el 100% del PIB en 2014, lo que representa una carga inmensa (más de 36.000 millones de euros sólo en intereses este año, y eso gracias a la caída de la prima de riesgo), lo que supondrá un elemento de incertidumbre a poco que se complique el panorama internacional. Se trata del peor error de política económica que se haya cometido jamás. Esos intereses sumados al déficit de la Seguridad Social y a las ayudas a los parados suponen más de 80.000 millones al año lo que apenas deja margen para la inversión pública, las políticas de innovación o la promoción exterior. Esto último es particularmente doloroso porque España necesita exportar como el comer. El País Vasco sólo ha sido capaz de aumentar las exportaciones desde 2007 un paupérrimo 6%, lo que equivale a un completo fracaso. En cuanto a la innovación, si la medimos por la calidad de la Universidad española (ninguna entre las 200 mejores del mundo siendo la Universidad vasca una de las peores), y la inversión pública, valorada por el tren de alta velocidad o la construcción de aeropuertos, tal vez sea mejor pasarse sin ellas.

España ha entrado en el grupo de los países que no supieron aprovechar sus oportunidades, que gastaron lo que no tenían en inversiones irrecuperables, que no emplearon los años buenos en afianzar un modelo de crecimiento que se pudiera sostener por sí mismo: un país competitivo, abierto al exterior, con mercados liberalizados y con empresas que no dependiesen del amiguismo, la labor de pasillos o la pura arbitrariedad. Con reguladores independientes que nos hubiesen ahorrado barbaridades como las del mercado eléctrico o las cajas de ahorro, de tremendas consecuencias. Para nuestra desgracia, no ha ocurrido nada de eso. En lugar de ello nos hemos convertido en un país dependiente y vulnerable, con una economía de vuelo corto que solo puede alcanzar ritmos de crecimiento gallináceos. La España de siempre con un País Vasco cuya economía y administración lejos de distanciarse de la media, cada vez se parecen más.  

Como les gusta afirmar a los historiadores, la crisis ha supuesto un antes y un después. Ya nada volverá ser lo mismo. Ni nosotros ni El Corte Inglés.

Coy 114                                                                                      Antxon Perez de Calleja, marzo 2014




  

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